Para
el siglo XV, los abusos cometidos
por los Papas, obispos y clérigos
los expuso a críticas severas
y a una abierta oposición
por parte del pueblo. Esto era herejía
(estar en desacuerdo contra las
normas establecidas por la Iglesia
), desde luego, la herejía
no era tolerada por la Iglesia.
Las personas que cometían
este delito eran castigados como
criminales, algunas veces la condena
conllevaba tortura o posible pena
de muerte. La religión Católica
era reconocida como la religión
oficial de Europa y por lo tanto
se consideraba un crimen, no únicamente
contra el Estado, sino con más
repercusión, ante Dios. Los
líderes católicos
habían caído en un
estado espiritual pernicioso el
cual promovía el absentismo
y el abandonó de sus deberes
pastorales.
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